sábado, 15 de marzo de 2014

De atascos y otras vicisitudes del escritor.

            Estoy atascado. Dos semanas sin escribir es imperdonable. Dos días sin trabajar, y volver se hace cuesta arriba, dos semanas significan un abismo.
            Pasadas las Navidades me atreví incluso a contar las semanas que me restaban para finiquitar la novela. ¡La vi terminada! Ahora no atisbo un final. Siento que habrá que cambiar cosas aquí o allá.
            No es algo nuevo, ¡gracias a Dios! No se si yerro, pero yo lo considero gajes del oficio. Desde ya me conjuro contra la molicie. Le echo la culpa al twitter y a los blogs, a la promoción de La escritura necesaria, que también tienen lo suyo. Pero no me fustigo, que tengo un trabajo ajeno y una bella familia que sacar adelante.
            Escribo esta entrada de un tirón. La compañía de un niño de 3 años en cama estrecha es motivo más que suficiente para madrugar (son las 8:30 de un sábado y para mi eso es madrugar). Dentro de un ratito dejamos a los niños con los abuelos y mi mujer y yo nos vamos a visitar una bodega y a comer por ahí. El bienestar se mima y se cultiva.
            En la noche, me he prometido una excursión en solitario, que llevo posponiendo dos semanas. Huiré de las relumbrantes luces que impiden a la noche ser. Caminaré solo, en la oscuridad, con la compañía de mi bordón y una linterna (el bloc de notas y el lápiz ni los enumero porque significan lo mismo que cualquiera de mis articulaciones). Necesito ser uno más en la naturaleza, escuchar los sonidos de la noche, las emociones que embargan a mi protagonista hacerlas realidad.

            Mañana será otro día. No dudo que volveré. No le daré las gracias a las musas. Prefiero hablar de obsesión, oficio de escritor.