Que
no incluya esta novela entre mis clásicos no significa más que eso, que he
considerado que no encajaba bien ahí. Quizás me equivoque; mi vida es un
equívoco de cabo a rabo. Incluso puede ser que luego lea otra novela del autor
que me fascine tanto que no me quede otro remedio que rectificar; aunque algo
me dice que en esto no yerro. Con respecto a lo último tengo que decir que entre
mis más apreciados autores hay novelas que no valen gran cosa, para mí (insisto
que esto no es más que una opinión personal y no tratamos de ciencia). Por
poner dos ejemplos de autores clásicos españoles, Baroja y Sender, que se
seguirán leyendo después de mil años (si es que sigue habiendo lectores), en
sendos casos podríamos hablar de al menos una docena de novelas de calidad
mediocre, pero hay que tener en cuenta que al menos dos o tres de sus novelas
los convierten, ineludiblemente, en autores clásicos, y por ende toda su obra
se contagia de dicho calificativo “clásico”.
En
fin, salgamos del berenjenal y comencemos con la crítica, si es que a esto se
le puede llamar crítica. Desde luego que no puedo presumir de disponibilidad de
tiempo, así que trataré de ser escueto.
Comencemos
por el final, la crítica de Ricardo Piglia que adorna la contraportada:
«Decir
que Saer es el mejor escritor argentino actual es una manera de desmerecer su
obra. Sería preciso decir, para ser más exactos, que Saer es uno de los mejores
escritores actuales en cualquier lengua».
Hubiera
sido fácil para mí seguir dicha senda abierta y buscar los puntos fuertes de la
novela; supongo que así harán los lectores conformistas. Algo he ojeado por
ahí, y la verdad que dicen que esta novela es una de las mejores del autor, y
en su defensa decir que tiene una trama en cierto modo entretenida y ágil, a
diferencia de lo que se comenta de otras de sus novelas. Desde luego que yo no
me dejo impresionar por el vocabulario rebuscado; dicen las malas lenguas que
funciona con los jurados cuando fallan concursos literarios provincianos (¡y no
tan provincianos!). A mí me interesa la chicha, el contenido de la novela,
aquello que el autor me pretende transmitir, y claro que me intereso por el
lenguaje, y por las maneras y las técnicas de que usa el escritor para dicha transmisión,
¡obvio!, pero no olvidemos que el lenguaje es instrumento y medio, para nada
protagonista de una novela, o así al menos pienso yo. Y he aquí que la primera
palabra con la que afrontamos la presente novela, el propio título, nos obliga
a acudir al diccionario, El entenado: según la RAE, hijastro, hijo de la
persona con la que está casado alguien.
Se
hablaba de ciudades pavimentadas de oro, del paraíso sobre la tierra, de
monstruos marinos que surgían súbitos del agua y que los marineros confundían
con islas, hasta tal punto que desembarcaban sobre su lomo y acampaban entre
las anfractuosidades de su piel pétrea y escamosa.
Anfractuosidades, fijaos en este término. Según la RAE,
“En anatomía humana, un surco, también llamado anfractuosidad o hendidura es un
término general usado para toda ranura o repliegue, especialmente las de la
superficie de la corteza cerebral que separan circunvoluciones.
A ver, usar de esta terminología no tiene nada de
negativo o superficial, y tampoco es que abuse de ella. Además, que la prosa,
como podéis apreciar, es fantásticamente musical, quizás a veces en exceso
almibarada. Ahora bien, el narrador de la historia es el propio protagonista, y
aquí es donde entro a considerar mis contras. Adoro a aquellos autores que me
presentan personajes “reales”, personajes que a mí se me hacen creíbles, que yo
imagino de carne y hueso, personajes que tienen defectos y virtudes, hombres o
mujeres imperfectos. En este caso no me he creído al personaje. A menudo lo he
puesto en tela de juicio. ¡Ojo! que estoy comparando a Saer con los grandes
clásicos, Stendhal, Tolstoi o Henry James, que no se trata de otra cosa sino de
decidir su inclusión en el Olimpo de los Dioses.
Por otro lado está el tema. Toda gran novela tiene un
tema alrededor del cual gira en su totalidad, quizás a veces incluso haya más
de un tema. Aquí no hay dudas, el tema es la antropofagia, el canibalismo, y
es, a mi modo de ver, otro de los grandes defectos de la novela. El canibalismo
ocupa demasiado espacio, a mi modo de ver, según el planteamiento de la novela.
El entenado narra la historia de un joven que, en la época de la conquista de
América, se ve recluido de forma extraña durante diez años entre una tribu de
indígenas. Esos diez años ocupan más de la mitad de la novela, pero el
canibalismo, que viene a ser descrito como un hecho puntual, diríase cultural,
que se da un solo día al año, ocupa prácticamente toda la novela mientras que
se pasa de puntillas por todo lo demás. Considero que diez años de convivencia
en el interior de una tribu indígena dan para mucho, y sin embargo me he
quedado con la firme sensación de que el protagonista apenas ha vivido otras
experiencias que las descritas durante los días de banquete orgiástico.
Podríamos concluir que se obsesionó con el canibalismo, pero es que el
protagonista nos es presentado como un hombre extraordinariamente cuerdo en
todas las facetas de su vida.
En fin, no es más que una opinión, discutible como todas,
como lo es también la de Ricardo Piglia.