Dicen
las malas lenguas que el ego del escritor es una de las pocas cosas que se
observan desde el espacio a ojo desnudo, aunque fuentes bien informadas me
explican que no se ve la muralla china, ¡ni siquiera el Santiago Bernabéu! Y es
que el prejuicio se extiende infinitamente más rápido que el ébola o la gripe
A, y con una virulencia cercana al cien por cien.
También
se dice que el escritor es un ser extraordinariamente difícil de entender, y de
soportar. En esa materia no entro; mejor pregúntenselo a mi mujer, o mucho
mejor miren a su alrededor y pregúntense si aquel al que no soportan es
escritor, funcionario o panadero.
Ni
qué decir que el escritor está enamorado perdidamente de su obra y de sí mismo
cual Narciso. No sé vosotros, pero yo he conocido albañiles, fontaneros,
abogados, funcionarios, maestros, conductores de autobús… que consideran que
hacen su oficio a las mil maravillas, y así será, ¿quién seré yo para ponerlo
en duda?
Pero
no hay que parar aquí, porque el ego del escritor es ilimitado. El escritor se
cree más que los demás. Quizás se deba a que su tarea recaba de múltiples disciplinas.
El escritor es profesor, historiador, psicólogo, sociólogo, cocinero,
fontanero, jardinero…, si me apuras moralista y ejemplo para la sociedad. Puede
que aquí radique la distorsión de la lente con la que observa su propio ego.
No
sé, la verdad; yo siempre albergo conmigo la duda. Fíjense que mi ego es
todavía más elevado porque me considero humanista, por dedicación y placer. Eso
sí, soy persona pobre y humilde y no me codeo con elevadas clases sociales, y
cada vez que un albañil, un fontanero o un operario de fábrica hablan acerca de
sus respectivos oficios, yo callo, y trato de aprender; en cambio, cada vez que
se habla de literatura, historia, filosofía o política, todos hablan, todos
creen saber más que el otro, y ¡ojo! todos y subrayo TODOS creen saber más que
el escritor o su vecino de al lado.
Eso
sí, y cambiando de tercio, hay un ego que resulta incuestionable, el del escritor
de éxito. Generalmente, que no siempre, el éxito comercial de una novela la
aleja de la literatura y la acerca al mundo del marketing, del mercado
inmisericorde. Curiosamente el lector tipo, que no tiene ego ni nada semejante
¡por Dios!, no suele entender de literatura y sí, ¡y mucho!, de éxitos
comerciales.
No
sé, quizás estoy infravalorando mi propio ego, lo cual me impide ver la
realidad con precisión. De lo que no me cabe duda es de que seguiré oyendo
hablar del ego del escritor, pues ya lo dijo Sancho: “cría fama…”
La
verdad que el tema tiene miga, y cierto que los temas humanísticos son como el
móvil perpetuo, que una vez dado el impulso inicial disponen de movimiento por
toda la eternidad.
Este
artículo viene a colación de un bienintencionado comentario en twitter de
alguien que se pregunta si el escritor solo quiere sinceridad o palmaditas en
la espalda. Aludo yo aquí y ahora, para que nos resuelvan el entuerto, a esos
ciudadanos del mundo que dicen disponer de la varita mágica que les otorga la universidad
de la vida (ni mucho menos pretendo decir que sean ellos también ególatras al
pensar que solamente ellos viven…). Aludo también a todos aquellos que creen
disponer de una lista mucho mejor que la de Del Bosque para la próxima Eurocopa
de Francia 2016. Yo desde luego que no porque me limito a ver de vez en cuando
un poco de fútbol y dejo a los árbitros hacer, y como no conozco a los
jugadores ni los entresijos del fútbol no me cuestiono si los cambios son o no
los adecuados.
Desde
luego que nadie dice abiertamente lo tonto o malo que se considera; lo listo o
bueno sí. Para esto no se requiere cumplir el requisito de ser escritor. No he
conocido a ningún paciente que en una visita médica le cuestione al médico su
diagnóstico. Tampoco conozco ni a una sola persona que cuestione abiertamente el
tipo de educación que reciben sus hijos, no vaya a ser que llegue a oídos de
sus profesores y les suspendan. Y lo mismo se puede decir de otras muchas
profesiones, liberales o no. Con toda la lógica a nuestro favor, no nos pasamos
la vida criticando abiertamente a unos y otros; se trata de evitarnos
perjuicios. Nos guardamos la crítica y, dependiendo de lo que todos sabéis,
unos critican, otros soportan y otros adulan.
Muy bueno Rubén...un abrazo.
ResponderEliminarAbrazo José Ignacio, gracias por pasarte y comentar :-)
EliminarPuesto que está comprobado que "éxito" no es sinónimo de "calidad", habría que ver en que se vanagloria el escritor, si por un número de ventas o por el contrario, prefiere un público más selecto. En fin, sólo soy una lectora que no se deja llevar por el márketing.
ResponderEliminarHola Anabel. Qué gusto verte por aquí.
EliminarBueno... la verdad que en Literatura nada está comprobado, aunque hay quien se empeña en lo contrario.
De todas maneras, escribir no es sinónimo de posesión de inteligencia. No me cabe duda de que hay escritores super-ventas que se consideran muy inteligentes y si hay que discutir dicha eventualidad pondrán sobre la mesa el argumento de las ventas.
¡Abrazo!