viernes, 22 de junio de 2018

La teoría de la literatura, ¿un mal necesario?



Quién seré yo para opinar acerca de este enrevesado tema, o mejor dicho aún, quién me mandará a mí meterme en semejante berenjenal. La reflexión me viene de una relajada lectura veraniega, Tess d’Ubervilles, de Thomas Hardy. No es ni mucho menos la primera vez que me planteo la necesidad de estudiar literatura (como un placer, obviamente, no como una obligación). Quizás dicha controversia se asemeja también con la que rodea a los estudios memorísticos, unas veces secundados fervorosamente y otras denostados, o incluso con la obligatoriedad de leer a los clásicos en la adolescencia, cuando aún no se ha formado, ya no digamos el intelecto sino ni tan siquiera la personalidad.
Sean cuales sean las conclusiones adoptadas, no deberíamos obviar que en los temas humanísticos la verdad nunca es unívoca.
El caso que tenía muchas ganas de afrontar a Hardy porque era un autor que, gracias a las clases de literatura inglesa de la universidad, desde siempre permanecía en mi memoria. Bien recuerdo que suspendí literatura inglesa. Afronté la asignatura con pasión sin igual y leí una enorme cantidad de literatura, pero mis esfuerzos fueron vanos porque resultaba inabarcable y luego me faltaba tiempo para estudiar. Al año siguiente sí, aprobé la asignatura y si mal no recuerdo con buena nota. Me estudié lo que me tenía que estudiar, o sea nombres de escritores y sus libros más afamados, siglos y períodos, corrientes, logros técnicos… y entre todo esto memoricé a Hardy y algunas de sus más afamadas obras.
Soy consciente de que de alguna manera hay que evaluar a los alumnos. También entiendo que el Ministerio de Educación tiene que desarrollar un currículum efectivo y universal (y qué mejor manera que incluirlo todo en dicho currículum). Lógicamente los profesores se ven sometidos al mentado currículum, y claro está también que no todos los profesores gozan de los favores de la fortuna vocacional.
Como resultado de tanto despropósito los muchachos se tienen que estudiar un montón de datos inocuos que luego mejor olvidar. El tiempo para leer lo tendrán que sacar de dónde puedan, y eso los que gustan de leer porque quizás todos leemos con gusto Tiempos difíciles o Hamlet, pero a ver quién es el guapo que se mete entre pecho y espalda el Ulises de Joyce con veinte añicos.
Dicho lo cual, de entre tanto estudio y tanta lectura desde luego que algo queda, y en mi caso permanecía latente un recuerdo de Hardy que, más de veinte años después, ha provocado una interesante e intensa lectura.
No esperéis más conclusiones porque no las hay. Encontrar la alternativa es una quimera porque la realidad es que el currículo cambia mucho para seguir igual, parafraseando a Lampedusa. Cuando menos, esperemos que con tanta teoría literaria algo cale.

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