Quién
seré yo para opinar acerca de este enrevesado tema, o mejor dicho aún, quién me
mandará a mí meterme en semejante berenjenal. La reflexión me viene de una
relajada lectura veraniega, Tess
d’Ubervilles, de Thomas Hardy. No es ni mucho menos la primera vez que me
planteo la necesidad de estudiar literatura (como un placer, obviamente, no
como una obligación). Quizás dicha controversia se asemeja también con la que
rodea a los estudios memorísticos, unas veces secundados fervorosamente y otras
denostados, o incluso con la obligatoriedad de leer a los clásicos en la
adolescencia, cuando aún no se ha formado, ya no digamos el intelecto sino ni
tan siquiera la personalidad.
Sean
cuales sean las conclusiones adoptadas, no deberíamos obviar que en los temas
humanísticos la verdad nunca es unívoca.
El
caso que tenía muchas ganas de afrontar a Hardy porque era un autor que,
gracias a las clases de literatura inglesa de la universidad, desde siempre
permanecía en mi memoria. Bien recuerdo que suspendí literatura inglesa.
Afronté la asignatura con pasión sin igual y leí una enorme cantidad de
literatura, pero mis esfuerzos fueron vanos porque resultaba inabarcable y
luego me faltaba tiempo para estudiar. Al año siguiente sí, aprobé la
asignatura y si mal no recuerdo con buena nota. Me estudié lo que me tenía que
estudiar, o sea nombres de escritores y sus libros más afamados, siglos y
períodos, corrientes, logros técnicos… y entre todo esto memoricé a Hardy y
algunas de sus más afamadas obras.
Soy
consciente de que de alguna manera hay que evaluar a los alumnos. También
entiendo que el Ministerio de Educación tiene que desarrollar un currículum
efectivo y universal (y qué mejor manera que incluirlo todo en dicho currículum).
Lógicamente los profesores se ven sometidos al mentado currículum, y claro está
también que no todos los profesores gozan de los favores de la fortuna
vocacional.
Como
resultado de tanto despropósito los muchachos se tienen que estudiar un montón
de datos inocuos que luego mejor olvidar. El tiempo para leer lo tendrán que
sacar de dónde puedan, y eso los que gustan de leer porque quizás todos leemos
con gusto Tiempos difíciles o Hamlet, pero a ver quién es el guapo que
se mete entre pecho y espalda el Ulises
de Joyce con veinte añicos.
Dicho
lo cual, de entre tanto estudio y tanta lectura desde luego que algo queda, y
en mi caso permanecía latente un recuerdo de Hardy que, más de veinte años
después, ha provocado una interesante e intensa lectura.
No
esperéis más conclusiones porque no las hay. Encontrar la alternativa es una
quimera porque la realidad es que el currículo cambia mucho para seguir igual,
parafraseando a Lampedusa. Cuando menos, esperemos que con tanta teoría
literaria algo cale.
No hay comentarios:
Publicar un comentario