martes, 3 de diciembre de 2013

La trama II. La construcción de una novela. Las aportaciones gremiales.

Enlazando con el anterior post, una vez que tenía el germen de la historia no quedaba más que comenzar a trabajar, un sueño en el que un hombre corría desesperado tratando de escapar de las zarpas de un oso. También tenía el contexto histórico, y algunos de los paisajes por los que la novela discurriría.
Podríamos decir que estos elementos son poca cosa, pero para mí era más que suficiente. Me atrevo a decir que hay dos formas de construir novelas, y si hablo de atrevimiento es porque yo solamente conozco una forma y por lo tanto hablar de la otra me es ajeno, pero me remito a las reflexiones de múltiples escritores. Los hay que dicen necesitar de un argumento compacto antes de entrar en la escritura propiamente dicha, necesitan caminar sobre seguro, saber cuál va a ser el desarrollo de la trama, su inicio, nudo y desenlace. Temen, quizás, que su trabajo quede en nada si a medio recorrido se bloquean, o consideran que han elegido la historia equivocada. Otros, entre los que me incluyo, parten de una motivación o intuición originaria, y se alimentan de fe.

Hoy, aproximadamente 6 meses después de comenzar a escribir la novela en curso, creo que estoy en condiciones de rendir tributo a los dólmenes de mi tierra. Hubo momentos en los que consideré la posibilidad de haber errado el tiro, pero una vez que hallé la intriga me dejé llevar.
Aunque aún es pronto para elucubraciones, creo que estoy llevando a cabo un trabajo original, un enfoque diferente de la prehistoria, nada que ver con lugares comunes, nada que ver con los convencionalismos del género.

Desde luego que una vez que la trama fue tomando forma de capítulos, surgieron dudas técnicas. Los dólmenes, el megalitismo en general, no aporta información alguna aparte de unos cuantos ortostatos (piedras que diría cualquiera) colocados de la manera que los arqueólogos han considerado oportuna. Por lo general hay también cadáveres con sus respectivos ajuares, más o menos pobres, que desvelan cientos de años y, en ocasiones, miles de años de ocupación y uso, desde el 4.000 a.C. aprox. hasta el período campaniforme (Calcolítico, aprox. 1.500 – 2.000 a.C.). 
Por un lado, la falta de información me permitía reconstruir los dólmenes en túmulos funerarios con total libertad. Por otro lado, semejante atrevimiento exigía la colaboración de especialistas en la materia, cuando menos para que me dieran el visto bueno. Dar con arqueólogos ha sido tarea ingrata, pues en más de una ocasión he tropezado con quien no ha mostrado ni el más mínimo interés en colaborar. Sin embargo, finalmente di con la persona adecuada, un especialista en la materia pero sin titulaciones académicas, uno de esos sabios “aficionados” de carácter desprendido y ejemplar. Gracias a este hombre, al que prefiero no nombrar por evitar introducir aquí nombres propios, pude tocar el sílex y la cuarzita, y raederas, y raspadores, y punzones y buriles, y puntas de flecha, y cuchillos, y hachas pulimentadas, y molinos barquiformes, y un largo etcétera de las herramientas que utilizaron las gentes que pisaron tierra de dólmenes.

Sin embargo, habrá una aportación anterior en el tiempo, y que puede sorprender a los lectores de este blog dado el tema que traigo entre manos. Mis primeras dudas a la hora de desarrollar la trama no tuvieron nada que ver con la prehistoria, sino que cualquiera diría que con los tiempos modernos. El protagonista va a sufrir de ansiedad, de problemas de memoria, de miedos y otras circunstancias que serán desveladas con el progreso de la trama. Para el desarrollo de un carácter tan complejo me basé en la intuición, pero pronto llegó la necesidad de que un especialista en la materia me corroborara en el camino correcto. Así fue que entré en contacto con un grupo de psicólogos (vía facebook) que, amabilísimamente, me ayudó con mis cuitas.

Una vez seguro del terreno que pisaba, ya podía continuar con el desarrollo de la trama.


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